Precisamente ese exceso de libertad hizo que el viaje comenzara desde que mi mente dejó los pretextos a un lado y comenzamos a planear esta experiencia carente de limitantes.
7:00 a.m. No me enfada la música que suena en mi celular como alarma, por el contrario me encontraba ya esperando la hora de tomar la maleta y huir. Literalmente huir.
Dos semanas de viaje ameritan un libro bastante gordo y El despertar del Hongo parecía mirarme entre los demás libros exigiendo ser desempolvado como la mejor opción que este trip ameritaba. Horas más tarde abrió mi mente tan sólo con leer la dedicatoria:
“… aquellos que intentan prohibir la vida y la naturaleza, aprendan algún día a abrir su cerebro y su corazón y reconozcan el derecho humano a explorar libremente nuestra propia conciencia.”
Y así con esa idea comenzó todo.
Después de recorrer el desierto tres horas en busca de que-se-yo, Real de Catorce nos recibió al igual que a la multitud de turistas y jóvenes con un frío de la chingada, pero no nos impidió abarrotar las calles en busca de alcohol y leña para las fogatas.
En mi vida he probado algo con un sabor tan desagradable –Excepto en mi anterior visita fallida a Real-, ni las naranjas ni la miel ocultaron ese inigualable sabor que a pesar de ingerir con tanto amor sólo podía provocarme algo: Vómito.
Nuevamente no me fue suficiente… la dosis debió ser aún mayor para no poder resistirme a mis pensamientos, pues en cuanto corrió una pequeña lágrima y miré a mi acompañante, me di cuenta que es un viaje para el cual no estoy lista aún.
El lunes volvimos a Querétaro y la chamba me esperaba sola un par de días en México.
Creí que ahí terminaba el trip –pobre ingenua-, pero hasta volver a Querétaro por mi guía de turista y partir a Salamanca, me di cuenta que esto, apenas comenzaba: Guanajuato, contigo vamos!
Que viaje!!